Los canes tienen ese gesto habitual porque a través de cientos de años les sirvió para la supervivencia.
Solo un depredador implacable como el lobo, pudo haberse convertido en el perro de hoy, con sus diferentes comportamientos de manipulador nato en la relación con sus tutores humanos.
Un animal depredador, como el lobo, puede anticipar hacia dónde huirá la presa, casi como un arquero puede intuir anticipando el lugar donde pateará el delantero en el fútbol.
Esa capacidad de anticipación, casi intuitiva pero altamente efectiva, es la que ha heredado el perro del lobo para conseguir lo que quiere o necesita de nosotros. Los perros son cazadores preferenciales e innatos con un enorme repertorio de estrategias de cacería que despliegan en su conducta de juego.
Adaptando esas conductas se ha logrado transformarlos en excelentes ayudantes en tareas como el pastoreo, el rastro o la búsqueda de personas perdidas.
En los perros pastores, la etapa del acecho dentro del mecanismo sincronizado de la cacería se ve manifiestamente potenciada y seleccionada artificialmente por el ser humano a través de cientos de años.
Es muy fácil observar que los perros de arreo, jamás llegan a agredir a los animales arreados presentando una actitud acechante hacia ellos lo que les permite guiarlos, sanos y salvos, según las órdenes que reciban.
Los perros rastreadores, priorizan otra etapa del mecanismo de la cacería, especializando y usando su superlativo olfato imitando los procesos iniciales de la caza: el venteo, el rastro y el marcaje.
Además de cazadores los perros suelen ser carroñeros, aprovechándose en la coevolución con el ser humano de nuestros desechos de comida. Es esta característica la que le ha permitido sobrevivir en periodos de escasez. Existe un arte de pedir, con una táctica y una estrategia para lograr el éxito en esa tarea.
Los perros pueden llegar a reconocer nuestras intenciones, lo que les permite orientar su conducta en función de nuestra respuesta. Es eso lo que los ha transformado en expertos en el arte de pedir.
La cara de “cordero degollado”, de “yo no fui » del perro, es un rasgo que todo aquel que tenga perro ha observado alguna vez, con mayor o menor frecuencia.
El perro sabe y también aprende, dónde y con quién intentar su estrategia pedigüeña. Sabe que con esa conducta logra conseguir sus objetivos.
No lo ha aprendido como mecanismo, lo trae en su genética y lo refuerza cada día y con cada persona a través del mecanismo de prueba y error. Hay también una razón estructural que facilita el mecanismo de súplica al ser humano.
Los perros tienen dos músculos faciales fundamentales en este mecanismo de pedir, el retractor lateral ( que tira el párpado para afuera) y el orbicular del párpado (que al ser circular y estar alrededor de todo el párpado permite achicar o agrandar la circunferencia el ojo). Estos músculos son los que les permiten fruncir el ceño y poner cara de “yo no fui”.
En el lobo, estos músculos, no están muy desarrollados y la mayoría de las veces son inexistentes. La explicación está en que el lobo no tiene a quién a solicitarle comida, ya que tiene que procurarse solo su sustento y en la evolución, el gesto de pedir ha dejado de tener sentido, desechando o minimizando las estructuras faciales que lo producen.
Sin embargo, los seres humanos en la coevolución con el perro, seleccionamos inconscientement estos músculos ya que nos han permitido comunicarnos a través del tiempo.
Muchos estudios han permitido comprobar que los perros mueven y modifican el movimiento de estos músculos intencionalmente según la respuesta obtenida, lo que los hace conscientes de su poder frente a nosotros.
Por lo tanto, y como conclusión, podríamos afirmar que pedir forma parte de la condición natural del perro como tal.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
Por Dr Juan Enrique Romero